¿QUÉ NOS PASÓ?


La coyuntura de crisis política y judicial en nuestro país, sin darnos cuenta sacó lo peor de nosotros. En nuestro afán de presentarnos como los justicieros para condenar el delito de la corrupción, hemos alentado a que otros se perpetúen en la sociedad.

Los medios de comunicación, junto a algunos personajes políticos, culparon de corruptos a todos los titulares del Consejo Nacional de la Magistratura, pese a que los audios sólo relacionaban a tres de ellos, pero poco importó saber eso. Nos empecinamos en pedir la renuncia de todos ellos, incluso de sus suplentes, cuando estos últimos ni siquiera han realizado alguna función pública para cuestionarlos, importándonos muy poco que tengan que decir en su defensa. Convirtiendo así nuestro sistema sancionador, donde se protegen las garantías de un debido proceso (el cual nos costó mucho construir), a un sistema inquisitivo medieval, en el que juzgamos y sancionamos mediáticamente sin previo juicio a las personas; basándonos sólo en un indicio (audio), que inclusive, y en la mayoría de los casos, hasta carecen de naturaleza delictiva por sí mismos. Y lo mismo demandamos del Poder Judicial, el Ministerio Público, El Congreso de la República y otros.

Muchos escuchamos la voz iracunda de aquellos que pedían al unísono ¡Cierren el Congreso! y lejos de pedir razones, nos pareció una buena solución e hicimos eco de esa consigna. ¡Queríamos que se vayan todos! Pero éramos incapaces de responder a la pregunta ¿y quienes vendrían? No nos habíamos dado cuenta que el Congreso es el fiel reflejo de nuestra sociedad y que los Congresistas no eran de Marte o de Júpiter, sino que salían de nosotros mismos, de nuestra sociedad, era el amigo de la cuadra, el vecino del barrio, el familiar lejano.

Odiamos la dictadura, pero queríamos implantar una que no escucha razones, y al mismo estilo de aquello que hoy a muchos parece nefasto, aplaudíamos un posible golpe de Estado, y todo en aras de la salvaguarda de la dignidad del país. Nos inventamos mil razones para acabar con todo el sistema estatal, como si la culpa es siempre de los otros y no propia, pero hasta ahora la ley de “Pepe, el vivo” campea alrededor de nosotros y a pocos parece importarle.

Odiamos la corrupción, pero no los medios delicuenciales para evidenciarla. Ya no nos importó legitimar que alguien se haga de medios ilícitos para propalar y dosificar la información según su cálculo político, como medio de chantaje y extorsión, y lejos de pedir que nuestras autoridades hagan algo para intervenirlo, sorprendentemente lo consideramos un héroe nacional.

Hemos avalado que justos paguen por pecadores, y muchos nos hacemos llamar cristianos. Hemos justificado los medios con tal de respaldar el fin, y muchos nos hacemos llamar correctos. Hemos condenado sin conocer los descargos, y muchos nos hacemos llamar justos.

Dios quiera que no nos olvidemos, que el cambio empieza por uno mismo, desde casa, el vecindario, el trabajo, la escuela, la universidad, y no por salir a marchar a las calles, sumando gente a quienes sólo quieren pescar a río revuelto. La lucha contra la corrupción no pasa por cerrar el Congreso, el Poder Judicial, el CNM, el Ministerio Público o por botar a todas la autoridades; la lucha contra la corrupción es una inversión a largo y mediano plazo, fortaleciendo la educación, fortaleciendo la familia, que es el lugar donde se forjan los valores, y fortaleciendo nuestra conciencia democrática, para no ser presa fácil de intereses subalternos, que se presentan como los moralizadores del país y que terminan siendo peor que aquellos a quien dicen odiar.

Publicado en: http://www.laabeja.pe/de-opini%C3%B3n/invitados-varios-autores/2006-%C2%BFqu%C3%A9-nos-pas%C3%B3.html

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